Winner of the Pulitzer Prize

El Cultural Reviews The Sympathizer

Philip Caputo reviews Viet Thanh Nguyen’s The Sympathizer. Originally published by El Cultural.

Viet Thanh Nguyen. Foto: LA Times

Cuanto más poderoso sea un país, más dispuesta estará su gente a considerarlo el protagonista del a veces esperpéntico y con frecuencia trágico espectáculo de la historia. Por eso para los estadounidenses, ciudadanos de una gran potencia, Vietnam ha sido un drama exclusivamente suyo en el que el febril país de tigres y elefantes no era más que un telón de fondo, y los vietnamitas, unos extras.

La de Vietnam fue una guerra muy literaria que produjo una inmensa biblioteca de ficción y no ficción. Entre todos esos libros no hay más que un puñado en el que los personajes vietnamitas hablen con su propia voz. Hollywood ha dado todavía más protagonismo a Estados Unidos. En películas como Apocalypse Now y Platoon, los vietnamitas son meros figurantes cuyo papel consiste en morir o gemir entre las cenizas de los pueblos incendiados. Todo esto me lleva a El simpatizante, la extraordinaria primera novela de Viet Thanh Nguyen (1971). Su autor, nacido en Vietnam pero criado en Estados Unidos, aporta una perspectiva diferente de la guerra y sus consecuencias, y da voz a quienes no la tenían.

Ahora bien, esta novela tragicómica rebasa su contexto histórico para arrojar luz sobre temas más universales, como los eternos equívocos entre Oriente y Occidente. El protagonista-narrador, un personaje sin nombre, es un vietnamita amoldado a la cultura estadounidense con el corazón y la mente divididos. El talento de Nguyen para caracterizar esta clase de personalidad ambivalente es comparable al de maestros como ConradGreene y Le Carré.

El protagonista lleva la dualidad en la sangre, ya que es el hijo mestizo -e ilegítimo- de una adolescente vietnamita (a la que ama) y un cura católico francés (al que odia). La brecha de su naturaleza se ve ampliada por el hecho de haber sido educado en Estados Unidos, donde aprendió a hablar inglés sin acento y desarrolló una relación de amor-odio con el país.

El relato del protagonista, que adopta la forma de una confesión, empieza los últimos días de la guerra, cuando las fuerzas comunistas están a punto de llegar a Saigón. El narrador es el ayudante de campo de “el general”, que a su vez es jefe de la Policía Nacional de Vietnam del Sur, y de la Sección Especial, es decir, de la policía secreta.

Pero también es un agente comunista infiltrado encargado de vigilar las actividades del general y de la Sección Especial. Su mejor amigo es Bon, un asesino del programa Phoenix de la CIA, “un auténtico patriota” que se alistó para luchar contra los comunistas después de que estos asesinaran a su padre. El preparador del narrador, un norvietnamita llamado Man, también es un viejo amigo. De hecho, los tres fueron compañeros de clase en el instituto. Esta compleja relación, en la que el narrador, desgarrado por sus lealtades en conflicto, ocupa una endeble posición intermedia, es un caldo de cultivo de traiciones.

A través de un agente de la CIA llamado Claude, el narrador reparte generosos sobornos para organizar la evacuación aérea del general, su mujer y su enorme familia a Estados Unidos. También está previsto sacar a Bon con su mujer y su hijo. El narrador quiere quedarse y ocupar su sitio en el Vietnam reunificado, pero Man, convencido de que el general y sus secuaces van a orquestar una contrarrevolución desde el exterior, le asigna una nueva misión que es una extensión de la antigua. “Tu general no es el único que planea seguir luchando”, le dice. “La guerra ha durado demasiado para que vayan a parar por las buenas. Necesitamos que alguien los vigile”.

Nguyen presenta un apasionante retrato de la caída de Saigón; de la confusión, el caos y el terror que reinan en la ciudad mientras el narrador huye con los demás bajo una lluvia de bombas de sus compañeros norvietnamitas y del Viet Cong. La esposa de Bon y su hijo mueren antes de que despegue su avión, lo cual le proporciona dos muertes más que vengar.

El simpatizante aporta una perspectiva diferente de la guerra de Vietnam y da voz a quienes hasta ahora no la tenían en la cultura de EE.UU

Este sustancioso guiso narrativo se compone en las primeras 50 páginas de la novela para luego dejarse cocer a fuego lento. De este comienzo breve e intenso pasamos a un relato picaresco de las experiencias del narrador en Los Ángeles como refugiado y espía. Consigue un trabajo de oficinista con su antiguo profesor, tiene una aventura con una mujer estadounidense de origen japonés mayor que él, y manda mensajes a Man a través de un intermediario en París. En este punto, la novela se convierte en un relato policíaco y una sátira social. Si les gusta el humor caricaturesco, esta es la parte más divertida del libro.

Las actividades de espionaje del narrador lo llevan a hacer una incursión en el negocio del cine. Un director -parecido a Coppola- lo contrata con la misión de reunir un grupo de vietnamitas en un campo de refugiados de Filipinas para que trabajen como extras en su película -que tiene cierto parecido con Apocalypse Now-. Nguyen maneja con destreza el tono cambiante de estos episodios, a veces jocoso, a veces triste, mientras el narrador intenta hacer lo que ha hecho el autor, es decir, despojar la representación de la guerra de su carácter estadounidense. Pero, a diferencia de Nguyen, él fracasa.

A partir de ese momento, el humor del libro se vuelve sombrío. El narrador cae en una red de mentiras y traiciones . Queda demostrado que las sospechas de Man eran acertadas. El general y unos cuantos reaccionarios como él, que se sienten culpables por no haber luchado hasta la muerte y se aburren de su vida mediocre en Estados Unidos, traman una invasión contrarrevolucionaria con la ayuda de un diputado de derechas. El narrador los ayuda a planificarla mientras manda informes a Man. Sin embargo, para evitar que lo desenmascaren, se ve obligado a participar en dos asesinatos. Una de las víctimas es un ex agente de la Sección Especial, “el comandante borrachín”, y la otra, un periodista vietnamita de un periódico californiano. Las descripciones de los asesinatos son tensas, psicológicamente complejas, fascinantes.

Al final, el general reúne un ejército heterogéneo de antiguos soldados survietnamitas armado y financiado por los estadounidenses. Man, que está al corriente de lo que se prepara, ordena al narrador que se quede en Estados Unidos aunque el ejército se dirija otra vez a Asia, pero, una vez más, él está desgarrado por sus lealtades divididas. Piensa que tiene que ir a salvar a Bon, su hermano de sangre, de morir en lo que está convencido que es una misión suicida, y se encuentra atrapado en su dilema familiar, “sin tener la menor idea de cómo arreglárselas para traicionar a Bon y salvarlo al mismo tiempo”.

La sangre de la amistad es más espesa que el agua de la ideología. El narrador se une al ejército del general. Lo que le ocurre a este es predecible; lo que les pasa al narrador y a Bon, no lo es en absoluto. No quiero revelar nada. Solo diré que, en los últimos capítulos, la novela se convierte en una obra maestra del absurdo digna de autores como Kafka o Genet.

A medida que la historia avanza, el protagonista hace varios descubrimientos sorprendentes, entre ellos la identidad del jefe del comandante, el comisario. Sometido a interrogatorio, pierde temporalmente la razón, pero, en su locura, adquiere una nueva claridad mental. Se da cuenta de que la revolución por la que él ha sacrificado tanto los ha traicionado a él y a todos los que lucharon por ella, como suele ocurrir con las revoluciones. Incluso los que mandan tienen que admitir que los frutos de la victoria están podridos, mientras que el narrador se ve obligado a aceptar “la broma de que una revolución en la que se luchaba por la independencia y la libertad pueda hacer que ambas cosas valgan menos que nada”.

Pero esta revelación produce una clarividencia que lo salva de la desesperación total: “A pesar de todo -sí, a pesar de todo-, enfrentados a la nada”, dice al final de la “confesión” que es la novela, “seguimos considerándonos revolucionarios. Seguimos siendo los seres más llenos de esperanza, revolucionarios en busca de una revolución, aunque no nos opongamos a que nos llamen soñadores narcotizados por una ilusión. No puede ser que estemos solos. Tiene que haber miles más con la vista fija en la oscuridad, presa de ideas escandalosas, esperanzas extravagantes y complots prohibidos. Estamos a la espera del momento oportuno, de la causa justa, que, por ahora, no es otra que querer vivir”.

Share

More Reviews