Winner of the Pulitzer Prize

Ishiguro effect: the phenomenon of the new Asian voices in current literature

Juan Batalla counts Viet Thanh Nguyen among the “new voices” of Asian-American literature. Originally published by Infobae.

Desde que el autor japonés-británico obtuvo el Nobel en 2017, las obras de los refugiados e inmigrantes, de China a Vietnam, dejaron de ser consideradas como de nicho y ganaron su propio espacio en el debate cultural actual, para encontrarse entre las más premiadas y prometedoras. Quiénes son los autores esenciales de este boom

Hay momentos que son un antes y un después, en todos los órdenes de la vida. Cuando el escritor nacido en Japón -pero criado en Inglaterra- Kazuo Ishiguro obtuvo el Nobel en 2017 la literatura de inmigración entre el país del sol naciente y Occidente comenzó a atravesar una especie de primavera, que se reflejó en un aumento de visibilidad de diferentes autores que, hasta ese entonces, eran tomados como autores de nicho.

El autor de Pálida luz en las colinas (Anagrama) emigró a Inglaterra cuando era un niño, con apenas cinco años, desde Nagasaki, ciudad que sufrió la bomba atómica en el final de la Segunda Guerra Mundial, evento que el escritor recién conoció en la pre adolescencia, a través de un libro británico. El dato, que parece anecdótico, revela cómo las artes –Ishiguro era además un fanático del cine tragicómico de Mikio Naruse y  Yasujiro Ozu- tienen un grado de participación activa en la construcción de una realidad, que aunque segmentada se presenta como total, y la manera en que puede influir en la propia construcción del pasado. Y es que la elaboración de un Japón posible, de su propio Japón, fue una constante en sus primera obras.

“Tenía veintitantos años cuando escribía mi primera novela y miraba veinte años para atrás, con el foco puesto en mis primeros años de vida en el país. Probablemente sean recuerdos muy distorsionados y muy coloreados. Pero, sin embargo, vamos a llamarlos ‘recuerdos’. Eso es lo que tenía cuando pensaba en Japón. Así que durante ese período desde que tenía cinco años, cuando llegué a Gran Bretaña, hasta el momento en que comencé a escribir ficción, creo que había estado construyendo en mi cabeza una especie de Japón ficticio. Fueron recuerdos superpuestos con lo que imaginaba que sería Japón de libros e historias de manga, y también películas japonesas”, explicó en una entrevista al Asian American Writer’s Workshop. Y agregó: “Se me ocurrió intentar escribir una novela en la que pudiera crear mi versión de Japón. Podría crear un mundo entero. Mi Japón personal se guardaría en un libro. Creo que es casi seguro que esa fue la razón por la que recurrí a la ficción, porque no era alguien que tuviera grandes ambiciones de ser escritor antes”.

El debate sobre si existe una “literatura de territorio”, como puede ser la de “frontera” -más asociada a los movimientos migratorios entre México y EEUU, o si solo hay una literatura, más allá de las tonalidades, es como un uróboro, una serpiente que devora su propia cola, una discusión que persiste en el tiempo y víctima de un ciclo eterno, vuelve a comenzar. Sin embargo, resulta imposible no analizar un relato -más allá de sus calidades- sin su tiempo y espacio, su territorio, su continente, tanto en el sentido geográfico como el lugar donde las estructuras sociales y conceptuales se conjugan en históricas y desarrollan sentidos.

“Lo que queda del día” y “Nunca me abandones”, las dos novelas de Ishiguro adaptadas al cine

Entonces, ¿cuál es la “frontera” cuando se es un inmigrante?, ¿cuál es el territorio entre los ficticio y lo real, entre los recuerdos y la construcción a partir de las industrias culturales?, ¿cuánto afecta la herencia y cuánto el aspecto idiosincrático del nuevo hogar?, ¿la construcción de una nación imaginaria, como Ishiguro? o ¿una mixtura?

El Nobel para Ishiguro fue un antes y un después, pero también hubo un antes en la literatura anglo-escribiente que se supo construir a base de autores que fueron -o son- norteamericanos o ingleses, pero miraron más allá del océano y que allanaron el camino al fenómeno actual.

Maxine Hong Kingston, criada en California pero de padres chinos, tuvo un debut literario convertido en clásico con La mujer guerrera (El Cobre, 1976), en el que discute cómo la cuestión de género y la etnia afectan la vida de las mujeres, lo que la convirtió en un referente del feminismo. En 1981, recibió el prestigioso galardón National Book Award for Nonfiction por China Men. La autora, que vendió más 1.3 millones de copias solo en tapa rústica en EE.UU. y Gran Bretaña, fue traducida a múltiples idiomas, incluso el chino. Para Aamer Hussein, escritor y crítico británico, Kingston es “una de las cronistas preeminentes de la experiencia migratoria de fines del siglo XX”.

Maxine Hong Kingston e Hisaye Yamamoto

Oriunda de Oakland, Amy Tan, no había encontrado su espacio en la literatura, su territorio, hasta que una promesa cambió su perspectiva. Cuando su madre estaba enferma, aseguró que si ella se recuperaba la llevaría a China. Y así fue. El viaje le otorgó una nueva perspectiva sobre el lazo que las unía, vínculo que supo representar a través del descubrimiento de la cultura que ahora abrazaba y que representó en El club de la buena estrella (Tusquets, 1989), un best-seller traducido a 17 idiomas.

Otra referente es la fallecida Hisaye Yamamoto, autora de Seventeen syllables and other stories (1988), quien es reconocida como una de las primeras autoras asiáticas-americanas gracias a su calidad literaria tras la Segunda Guerra Mundial. Comparada con otras maestras de historias cortas como Katherine Mansfield, Flannery O’Connor o Grace Paley, Yamamoto puso el foco de su obra en los issei y nisei, los japoneses-americanos de primera y segunda generación que vivieron sometidos al desprecio luego del ataque nipón a Pearl Harbor en 1941.

Estas autoras fueron acontecimientos que narraron otro momento de la inmigración en EEUU. En la actualidad, una gran cantidad de escritores que vivían en la periferia -tanto en ficción como en poesía- comenzaron a tener otro caudal de lectores y mayor espacio en la crítica.

Construyendo puentes: los nuevos autores 

Ocean Vuong (29) nació en Saigón, Vietnam, y se crió como refugiado en Hartford, Connecticut. Poeta y editor, ganó el premio Forward a la mejor primera colección, el Narrative Prize y el Whiting Award for Poetry, entre otros. Si bien recién aprendió a escribir a los 11 años, eso no le impidió cultivar un mundo en el que explora la transformación, el deseo y la pérdida violenta. Abiertamente gay, su obra Night Sky With Exit Woundsmezcla la migración con el erotismo, y fue elegido como mejor libro del 2016 por The New York TimesThe New Yorker y The Guardian, entre otros.

Por su parte, Viet Thanh Nguyen (46) ya era un inmigrante dentro de Vietnam, con una familia que se había trasladado del norte al sur y que luego, siendo él aún un niño, debió instalarse en un campo de refugiados en Pennsylvania. Su novela debut El simpatizante (Seix Barral) ganó, entre otros, el Premio Pulitzer de ficción.

“Soy un refugiado, un ciudadano americano y un ser humano, cosa que me parece esencial afirmar ahora que al parecer son muchos los que consideran estas tres identidades irreconciliables. En marzo de 1975, mientras Saigón estaba a punto de caer, o al borde de la liberación —dependiendo del punto de vista desde el que cada uno lo vea—, me convertí en un refugiado y, como consecuencia de ello, mi condición humana quedó temporalmente suspendida… Pronto comprendí que en Estados Unidos —patria del mítico sueño americano— ser un refugiado es visto como algo contrario al espíritu nacional. El refugiado es una encarnación del miedo, del fracaso y de la huida. Muchos norteamericanos piensan que ellos no pueden convertirse en refugiados, aunque les parece perfectamente normal que algunos refugiados quieran convertirse en ciudadanos norteamericanos para dar un paso más en el camino hacia el paraíso”, explicó Nguyen  en una entrevista.

El origen en común de Voung y Nguyen no es casual. En la lucha contra el comunismo, EEUU bombardeó Vietnam, Laos y Camboya, por lo que resultó natural que solo en 1975 -por ejemplo- 150 mil vietnamitas llegarán a EEUU. En El simpatizante Nguyen escribió: “El mío era uno de aquellos casos desafortunados que suscitaban la pregunta de si el hecho de que yo necesitara la caridad americana no sería quizá consecuencia de que antes me habían suministrado ayuda esos mismos americanos”. En ese sentido, el autor no solo navega en su obra en las aguas de lo introspectivo, en los márgenes de una identidad abandonada por la fuerza, sino que le suma una contundencia política, una crítica, a veces elíptica, otras directa, que lo llevan a autodenominarse como un “mal refugiado”.

“Lo soy porque no he podido evitar darme cuenta de que mi buena estrella fue tan solo el resultado de un golpe de suerte administrativo y de las políticas migratorias de Estados Unidos, en las que siempre se ha considerado a los asiáticos una minoría modélica. Si hubiera sido un haitiano en los setenta o en los ochenta —es decir, alguien negro y pobre—, no me habrían acogido jamás. Tampoco me acogerían hoy si fuera centroamericano, y eso a pesar de lo mucho que EEUU ha desestabilizado esa región apoyando a regímenes dictatoriales y creando las condiciones adecuadas para una economía basada en el tráfico de drogas y sacudida por las guerras que ese tráfico genera. Soy un mal refugiado porque insisto en ver las razones históricas que causan las olas de refugiados y también las que explican por qué se deniega el estatus de refugiado a determinadas poblaciones“, sostiene.

Su último trabajo, The Refugees, una colección de cuentos, está ambientada en Vietnam y, a su vez, en las comunidades de refugiados en California, y propone un viaje constante a través de pequeñas historias humanas y la transformación que se produce en el ser desde el momento en que se decide atravesar el Pacífico.

Poeta, fotógrafa, ensayista y autora, tanto de ficción como en no ficción, Jenny Zhang (34) llegó a los EEUU desde Shanghai cuando tenía cinco años, para reencontrarse con sus padres. En Sour heart, su último libro, recorre la brutalidad de la China comunista, pero a su vez ofrece un contraste sobre cómo la felicidad puede producirse en un estado de pesimismo optimista. Zhang tuvo en Lena Dunham, guionista, directora y actriz estadounidense, creadora de la serie Girls de HBO, una madrina que le facilitó el acceso al mainstream y que en su primera publicación No soy ese tipo de chica (Planeta) se convirtió en un best-seller global.

“Cuando escribía historias sobre personajes chino-estadounidenses en mis clases de ficción, recibía comentarios como: ‘Debes considerar escribir más historias universales’. Pero cualquier cosa puede sucederle a una niña chino-americana: la mayor parte del canon de la literatura inglesa implica hombres o mujeres blancos. Así que fue una pequeña prueba para mí misma, queriendo mostrar que cada tipo de historia es posible con estos personajes. El formato de la historia corta tiene sentido porque no siento que tengo una vida épica; siento que tengo una vida pequeña, pero tampoco me siento menor o marginal. Estas historias son como pepitas excesivamente rellenas, ni una fiesta, ni miserable”, explicó Zhang sobre su trabajo a Vanity Fair.

Otra de las plumas femeninas que se destacan pertenece a Rowan Hisayo Buchanan, hija de una madre estadounidense japonesa-china y un padre británico -más escocés que inglés-, quien en su última obra, Harmless Like You, realiza un pase magistral entre la ficción, la ficción histórica y la novela psicológica, en la que atraviesa el trauma de la herencia migratoria, con las políticas de maternidad y género que invisibilizan a las mujeres que deben abandonar a su familia, como a los hombres que deciden ser padres solteros.

Si bien nació en EEUU, Buchanan pasó su infancia entre Londres y Nueva York, saltando de un lugar a otro, conviviendo a su vez con tradiciones que tampoco eran de aquí o allí. “En los buenos días, siento que tengo muchas casas. En los días malos, siento que no tengo hogar”, dijo en una entrevista a The Guardian y esa mixtura, además, le generó una voz que funciona de manera musical entre los diferentes acentos.

Hanya Yanagihara (42) es hija de un hawaiano de cuarta generación y una madre china y durante sus primeros años vivió en Hawai, Nueva York, Maryland, California y Texas. Su primera novela, La gente en los árboles, basada en la vida real del virólogo Daniel Carleton Gajdusek fue elegida entre las mejores novelas de 2013, por varias prestigiosas publicaciones literarias y con Tan poca vida (Lumen) quedó en segundo lugar del Man Booker Prize y del National Book Award, aunque desde medios como The Washington Post, The Wall Street Journal, Vanity Fair o The Guardian describieron esta posición como una injusticia en detrimento del verdadero valor literario de la obra.

Su estilo retoma herramientas dickensianas, como la de crear un universo ficticio pero no desde la omnipresencia, sino relacionándose de manera empática, como también negarse a ocultar el costado menos atractivo de los personajes: “No sé por qué la violencia explícita ha desaparecido de las novelas, durante muchos años estaba ahí, y lo sigue estando en el arte visual, en películas, en televisión y hasta en la danza, pero no en las novelas de hoy. Si una novela va a describir una vida difícil, tiene que describirla, contar al lector lo que va a sufrir su personaje y no huir cuando eso empieza a ser incómodo. Tienes que conocer también su parte oscura, porque existe, y no mostrarlo es faltar a la verdad”, dijo a El País.

La canadiense Madeleine Thien (43), hija de padre malayo y madre hongkonés, ya publicó cinco novelas, todas premiadas, todas con críticas más que positivas. En la Feria del Libro de Edimburgo, recordó: “Fue una historia de inmigrantes muy típica en el sentido de que tuvieron problemas durante mucho tiempo y mi madre tuvo tres trabajos. Recuerdo que no la vi. Mi padre era el que estaba en casa con nosotros, pero nosotros, como niños, pasamos mucho tiempo solos”.

Esa experiencia fue esencial para su libro Do Not Say We Have Nothing, que también le valió llegar a la final del Man Booker, en la que representa la perspectiva de una niña que es tanto insider como outsider, en la que conviven los sueños y pensamientos de la “generación de 1966”, que atravesó la Revolución Cultural, como los de la “generación de 1989”, que viven atrapados en la experiencia de la Plaza de Tiananmen.

 

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