Jorge Eduardo Espinosa of the Columbian newspaper, El Espectador, writes a review of Viet Thanh Nguyen’s The Sympathizer.
En la portada hay un hombre asiático mirando un atardecer a través de unos binoculares. Atraviesan el cielo tres helicópteros de guerra rasgando la mezcla de colores: naranja, amarillo, rojo. Hay palmeras. Es Vietnam. El autor se llama Viet Thang Nguyen, y su novela, El simpatizante. Lo descubrí gracias a un reportaje que publicó hace unos meses en El País Semanal. Lo tituló “Estados Unidos y yo” y reflexionaba sobre su calidad de refugiado, de ciudadano americano y, curiosamente, de ser humano. Interpreto que se refiere -quién puede culparlo- a la costumbre del señorón de la Casa Blanca a hablar de los inmigrantes, algunos refugiados, como si fueran cosas, extraterrestres, bichos extraños, enemigos, cualquier cosa, menos seres humanos. Cuenta luego, como también lo deja ver en la novela, que su familia vivía en un pequeño pueblo de Vietnam que era famoso por el café y por ser el primero en caer en manos de los comunistas. Es 1975 y Saigón, la capital, está a días de ser tomada – rescatada (depende del punto de vista) por el Viet Cong. Esto mismo le ocurre al personaje del libro de Nguyen, un capitán del ejército de Vietnam del Sur que trabaja para un general vietnamita que sirve a los intereses de Estados Unidos y que, por tanto, odia al comunismo. El capitán es un simpatizante, es decir, un espía que realmente trabaja para el Viet Cong y que tiene la tarea de infiltrarse, de ser un topo, en las líneas enemigas.
Nguyen ganó, a los 45 años, el Pulitzer 2016 a mejor obra de ficción. Sin duda es una novela extraordinaria. Nguyen escribe desde las entrañas porque siente lo que dice, porque lo toca en sus fibras más sensibles, porque ha caminado sus palabras. Su país sigue siendo Vietnam, allí están sus raíces, su idioma, sus muertos. Pero también Estados Unidos, el país que después de perder la guerra tuvo la amabilidad burocrática de recibir como refugiados a miles de vietnamitas que pelearon contra ellos mismos, o como decía el discurso oficial, contra el monstruo invasor del comunismo. Señala Nguyen, con la precisión de un cirujano, la enorme hipocresía de Hollywood, que retrató a los asiáticos después de terminada la guerra como pequeños amarillos salvajes que no hablaban, solo gritaban y se mataban entre ellos, y necesitaban de rodillas la ayuda del noble y valiente hombre blanco para ser salvados de su infinita brutalidad. Necesitaban, cómo no, a John Rambo. Dice, en una notable reflexión sobre la Historia, que la guerra de su país ha sido tal vez la única del siglo XX que fue contada no por quienes ganaron, los comunistas de Vietnam del Norte, sino por quienes perdieron, los americanos. Y para ello, claro, la mejor arma propagandística del mundo: el cine.
Pero es tanto más que eso. Nguyen dice que su espía, el personaje que le sirve como testigo de la historia, de la suya y la de su país, tiene una cualidad-defecto: ver todo desde dos puntos de vista. Si Estados Unidos sale mal librado, no le va bien tampoco al comunismo, a la ceguera doctrinaria de un grupo de fanáticos que proclamaban luchar por la vida y la libertad solo para conquistar el poder y encender la máquina de la venganza. No fueron mejores que una banda sanguinaria de mafiosos. Nguyen escribe, creo, un ensayo literario crítico sobre la historia de su tierra, Vietnam, y de su país como refugiado, Estados Unidos. Este autor, que debutó con esta novela, se convertirá pronto en uno de los escritores estadounidenses más importantes del siglo. Su mirada compasiva y al tiempo terriblemente dura de las condiciones de su país de acogida, Estados Unidos, lo ponen ya en la primera línea de los grandes escritores de América y del mundo. Sé que no me equivoco al recomendarlo. Si lo hago, pueden cobrarme el precio del libro y sumarle alguna tasa de interés que consideren conveniente.